El Viento y el Silicio: Cómo la apuesta de OpenAI en la Patagonia podría reescribir el destino de Argentina
La Argentina de las dos velocidades
Hay dos Argentinas avanzando hacia el futuro. No están separadas por la geografía, sino por la velocidad. En el carril lento, pero con el motor rugiendo por la necesidad, viaja el universo de las pequeñas y medianas empresas. Para ellas, la inteligencia artificial no es un lujo, es una herramienta de supervivencia.
Casi el 60% de estas pymes ya respira el aire de la IA, y un 58% lo hace cada día, como si fuera el mate de la mañana.
Su lucha es la del presente: automatizar lo tedioso, arañar un punto más de eficiencia, recortar un costo que ahoga. Usan chatbots para no perder un cliente a las diez de la noche y plataformas de marketing que les prometen llegar a donde sus piernas no alcanzan.
En el otro carril, el de la autopista sin peajes, vuelan los gigantes corporativos. Aquí la historia es otra. En la banca, las telecomunicaciones, la industria pesada y el retail, la IA no es una herramienta, es el sistema nervioso central.
Las tasas de adopción se disparan a un 80% o 90%. No buscan sobrevivir, buscan dominar. Invierten fortunas en desentrañar montañas de big data, en predecir qué compraremos mañana y en susurrarnos al oído una oferta tan personalizada que parece leernos la mente.
En este paisaje de dos realidades, el anuncio que Sam Altman, el cerebro de OpenAI, dejó caer el 10 de octubre de 2025, no fue una simple noticia. Fue el sonido de una disrupción, una onda expansiva que amenaza con cambiarlo todo.
El proyecto “Stargate Argentina” y sus 25.000 millones de dólares para levantar un coloso de datos en el sur profundo es mucho más que un fajo de billetes extranjeros.
Es la promesa de una soberanía computacional, una máquina nacional de pensar que podría, en el mejor de los sueños, unir esas dos Argentinas. O, en la peor de las pesadillas, abrir entre ellas un abismo tan grande que ya nadie pueda cruzar.
La llegada de OpenAI le pone a la Argentina sobre la mesa una ficha que solo aparece una vez por generación: la oportunidad de sentarse a jugar en la mesa de los líderes de la nueva economía mundial.
Pero para ganar esa partida, el país necesita resolver tres enigmas entrelazados. Primero, debe dominar un matrimonio nunca antes visto entre el silicio y el viento en la inmensidad patagónica.
Segundo, tiene que asegurarse de que la riqueza que brote de allí no quede en manos de unos pocos. Y, el más importante de todos, debe preparar a su gente para el vendaval de cambio que se avecina.
Una apuesta de 25.000 millones de dólares por una nueva Argentina
“Stargate Argentina” no es solo un nombre de ciencia ficción; es la etiqueta de un proyecto que, hasta hace poco, pertenecía a ese reino. Es el primer centro de datos de su especie en América Latina, una inversión que baila entre los 20.000 y 25.000 millones de dólares y que algunos funcionarios, con el pecho inflado, han llamado “el proyecto tecnológico más importante en la historia del continente”.
No es solo OpenAI. Es una alianza a tres bandas: la empresa de Altman, la firma argentina Sur Energy —especialista en infraestructura digital verde— y un gigante de la nube, con proveedores de energía limpia como Genneia listos para alimentar a la bestia.
La visión “inconfundible y fuerte” del mandatario sobre el poder de la IA para desatar el crecimiento fue, en palabras de Altman, el empujón final. Stargate no es un proyecto que llega a pesar del gobierno de turno, sino que se presenta como la joya de su corona económica.
El andamio legal: La letra chica del RIGI
Nadie en su sano juicio apostaría 25.000 millones de dólares en un país con la historia de vaivenes de Argentina sin una póliza de seguro a prueba de balas.
Esa póliza se llama Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), un traje a medida confeccionado en la Ley 27.742 de julio de 2024.
El RIGI es, en esencia, una máquina de fabricar certezas. Un escudo legal diseñado para atraer capitales a sectores como la tecnología y la energía, neutralizando los fantasmas que históricamente han espantado a los inversores.
La apuesta de OpenAI, entonces, no es tanto por la estabilidad argentina, sino por la durabilidad de este escudo. El RIGI crea una burbuja legal y financiera alrededor del proyecto, aislándolo de los caprichos de la política fiscal y monetaria.
Sus cláusulas clave, como la estabilidad por 30 años y la opción de resolver disputas en tribunales internacionales, son las que convierten un riesgo inasumible en una oportunidad de oro.
El futuro de Stargate, por tanto, está soldado al futuro político de esta ley.
El RIGI es un menú de beneficios que cambia las reglas del juego:
- Un blindaje fiscal: La joya de la corona es una garantía de 30 años. No habrá nuevos impuestos ni subidas sorpresivas. El impuesto a las ganancias se clava en un 25% (en lugar del 35% general), y el tributo sobre los dividendos que se giren al exterior se reduce a la mitad después del séptimo año.
- Aduanas de puertas abiertas: Cero aranceles para importar los miles de servidores, chips y cables que necesitará el proyecto. Y después de tres años, cero aranceles para exportar sus servicios. Una autopista de doble vía para la tecnología.
- El fin del cepo: Quizás el punto más sensible. El RIGI libera a la empresa de la obligación de convertir sus dólares de exportación a pesos. Al cuarto año, la liberación es total. OpenAI podrá operar en su propia órbita financiera, lejos de los controles de cambio argentinos.
- Justicia sin fronteras: Si hay una pelea con el Estado argentino, no se resolverá en tribunales locales. Se irá a un arbitraje internacional, en lugares como el CIADI del Banco Mundial. Una forma de sacar la política de la ecuación legal.
Para entender la dimensión del privilegio, basta una mirada a esta tabla. Es la diferencia entre jugar con las reglas de la casa y tener un casino propio.
OpenAI en la Patagonia: Cuando la energía es la nueva Ley de Moore
El apetito de la inteligencia artificial es insaciable. Su crecimiento exponencial choca contra una pared muy real: la energía. Entrenar a los grandes modelos de lenguaje que nos maravillan es un proceso brutalmente demandante. El consumo eléctrico de los centros de datos del mundo, que ya era enorme, se duplicará con creces para 2026, superando los 1.000 teravatios-hora.
La IA es la gran responsable de esta sed. De repente, el acceso a energía barata, abundante y limpia no es un detalle ecologista, sino el activo más estratégico del siglo XXI.
Y es aquí donde la remota y ventosa Patagonia argentina deja de ser el fin del mundo para convertirse, casi por arte de magia, en el centro de la solución. La región tiene un póker de ases que ninguna otra puede igualar:
- Vientos de leyenda: La Patagonia es uno de los mejores lugares del planeta para cosechar el viento. Su potencial se estima en unos 200 GW. Los vientos son tan constantes y potentes que los molinos pueden funcionar a más del 50% o incluso 60% de su capacidad, cifras que son la envidia del mundo y que se traducen en energía ultraeficiente y barata.
- Cimientos ya construidos: Stargate no empieza de la nada. Se apoya en la experiencia de empresas como Genneia, que ya es un peso pesado de las renovables en el país. Sus parques eólicos en Chubut, como el de Madryn (222 MW), son la prueba de que se pueden hacer proyectos gigantescos en medio de la estepa.
- El frío como aliado: El clima patagónico es dinero. Enfriar los miles de servidores de un centro de datos es uno de sus mayores costos. Las bajas temperaturas de la región hacen gran parte del trabajo gratis, lo que reduce la factura de luz y hace que toda la operación sea mucho más eficiente.
- Autopistas de datos: La región no está aislada digitalmente. Cables submarinos y terrestres la conectan con el resto del mundo, garantizando la baja latencia que exige una supercomputadora de esta talla.
Stargate es un giro de 180 grados para la economía patagónica. Históricamente, su gran maldición fue la distancia. Generar energía allí para consumirla en Buenos Aires implicaba transportarla por miles de kilómetros de cables, un proceso caro e ineficiente.
Un centro de datos es, en esencia, una fábrica que devora energía para producir algo que no pesa nada y viaja a la velocidad de la luz: cómputo.
Al poner la fábrica (el data center) al lado de la central eléctrica (los molinos de viento), el problema del transporte desaparece.
Es un cambio de paradigma total. La Patagonia podría dejar de exportar un recurso en bruto (electrones) para exportar un servicio de altísimo valor agregado (bits). Es un plan maestro de “industrialización digital” que podría poner a la región en el mapa mundial no solo por sus paisajes, sino por su capacidad de potenciar la inteligencia del futuro.
El fantasma de Texas: Una fábula sobre el peligro del éxito
Para entender la audacia del plan patagónico, hay que mirar a su hermano mayor y problemático: Texas.
El estado de la estrella solitaria se convirtió en el paraíso de los centros de datos gracias a una alfombra roja de exenciones fiscales para cualquiera que invirtiera más de 200 millones de dólares y creara 20 empleos. La estrategia funcionó. Demasiado bien.
El boom de los centros de datos, sumado a otras industrias, ha llevado la red eléctrica texana al borde del colapso. La demanda se ha disparado de tal manera que la red ya no puede garantizar que las luces sigan encendidas en los picos de consumo.
Y la respuesta ha sido una ironía brutal: en un giro que contradice el espíritu de libre mercado que los atrajo, el gobierno de Texas ahora se reserva el derecho de “desenchufar” a los grandes consumidores, como los centros de datos, para proteger el suministro de los hogares.
Peor aún, la necesidad desesperada de energía 24/7 está haciendo retroceder la transición verde. Ante la intermitencia de las renovables y la fragilidad de la red, los nuevos proyectos en Texas están construyendo sus propias centrales de gas natural.
El mantra de la industria ha dado un vuelco. Si hace unos años era “tiene que ser renovable”, hoy, como lo resume un experto, “solo les importa que haya energía”.
El proyecto Stargate no es una copia del modelo texano; es una respuesta directa a sus fracasos. Argentina, al llegar tarde a la fiesta, puede aprender de los platos rotos.
El corazón del plan patagónico —la autosuficiencia energética, la unión inseparable de la generación y el consumo— está diseñado precisamente para no caer en la trampa de la dependencia de la red que hoy atormenta a Texas.
Mientras Texas incentivó los centros de datos por un lado y se olvidó de la infraestructura energética por el otro, el modelo argentino nace con los dos elementos integrados. El rol de Sur Energy y Genneia no es solo vender energía, es construir un ecosistema digital autónomo y sostenible.
Esto le da al proyecto una resiliencia que Texas envidiaría. Lo aísla de los fallos de la red nacional y del riesgo político de que la gente empiece a verlo como un parásito del sistema, un sentimiento que crece en Texas, donde ya se preguntan si hay “demasiados cerdos comiendo del mismo plato”.
El éxito de Stargate será la prueba de que el crecimiento de la IA y la sostenibilidad no tienen por qué ser enemigos.
La onda expansiva: De la city porteña a Vaca Muerta
Tener una supercomputadora soberana como Stargate es como instalar un motor de Fórmula 1 en la economía argentina. Podría acelerar a fondo los sectores que ya están en la vanguardia.
En el mundo financiero, bancos como Galicia y Naranja X ya están viendo milagros de productividad. Usando herramientas como GitHub Copilot, sus programadores han recortado en más de un 60% el tiempo que tardan en lanzar nuevas funciones, ya sea para adaptarse a una nueva regulación cambiaria o para crear un sistema antifraude.
Con acceso a un cerebro digital nacional, podrían pasar de optimizar procesos a crear sus propios modelos de IA para decidir a quién prestarle dinero o para detectar un fraude en el instante en que ocurre.
Mercado Libre ya es una potencia continental en IA. La usan para todo, desde analizar sus finanzas hasta prevenir estafas. Incluso tienen una herramienta, “GenAds”, que ayuda a los pequeños vendedores a crear anuncios profesionales con IA generativa, logrando que la gente haga un 25% más de clics en sus productos.
Stargate podría ser la plataforma de lanzamiento para su próxima generación de servicios, desde una logística que adivine qué queremos comprar hasta una personalización total de la experiencia de compra.
En el campo y en la energía, la revolución es igual de palpable. YPF, el gigante energético, se alió con la tecnológica Globant para usar IA y poner orden en su gigantesca red de más de 5.000 proveedores. En el agro, startups como DeepAgro han creado sistemas que “ven” las malezas y aplican herbicida solo donde es necesario, ahorrando más del 70% del producto.
Un centro de IA nacional podría ser el granero digital para desarrollar modelos entrenados con datos argentinos, para exprimir cada gota de rendimiento de los cultivos y fortalecer el motor exportador del país.
Pero la llegada de Stargate abre una pregunta incómoda: ¿servirá para cerrar la brecha entre los gigantes y las pymes, o la convertirá en un cañón? Por un lado, una infraestructura de cómputo local podría democratizar el acceso, haciendo más barato y rápido para una pyme entrenar su propio modelo de IA.
Pero también existe el riesgo de que Stargate se convierta en un club privado. Si el acceso a su poder de cálculo es exclusivo para los grandes socios o tiene un precio prohibitivo, podría crear una aristocracia tecnológica, dejando al resto de la economía mirando desde afuera.
Más allá de los negocios, Stargate es una declaración de independencia. En un mundo donde el poder de cómputo es tan geopolítico como el petróleo, tener una supercomputadora en casa reduce la dependencia de los proveedores de nube de Estados Unidos y China.
Esto no es solo un asunto de seguridad de datos; posiciona a Argentina como un faro de IA para todo el mundo de habla hispana.
Ser el primero en la región le da la chance de crear modelos de lenguaje que entiendan el voseo, los modismos y los problemas específicos de América Latina, desde un sistema legal entrenado en español rioplatense hasta algoritmos para la agricultura pampeana.
Es una jugada para dejar de ser un simple consumidor de tecnología y convertirse en un productor, en un centro de gravedad de la nueva era digital.
El algoritmo humano: La encrucijada del trabajador argentino
La llegada de Stargate no solo acelerará los procesadores; acelerará una tormenta en el mercado laboral. La primera ráfaga, la más fría, será la de la automatización. Los expertos ya lo advierten: la IA podría barrer con la mitad de los empleos de oficina para principiantes en los próximos cinco años.
Esos puestos en finanzas, derecho o marketing que siempre fueron la puerta de entrada para los recién graduados están en la mira. Este tsunami tecnológico va a golpear una estructura laboral que ya hace agua, con un desempleo juvenil por las nubes y una informalidad galopante.
Pero contar solo la historia de la destrucción es ver la mitad de la película. La otra mitad habla de un salto brutal en la productividad y de la creación de trabajos que hoy ni imaginamos. Un estudio reciente de IDEA es revelador: casi 9 de cada 10 profesionales argentinos ya usan IA en su día a día, y un aplastante 92% dice que los hace más productivos.
Los que aprendan a bailar con la máquina, a usarla como un copiloto, no solo sobrevivirán, sino que serán más valiosos y, probablemente, ganarán más dinero. Y el propio proyecto Stargate creará una demanda de empleos de altísima calificación que hoy son una rareza.
El problema, el nudo gordiano, es el abismo que se abre entre las habilidades que tenemos y las que vamos a necesitar. El mismo estudio de IDEA que celebra la productividad expone una falla de sistema garrafal: mientras casi todos usan IA, solo el 35% de las empresas se molesta en capacitarlos.
La gran mayoría, seis de cada diez, aprende por su cuenta, a los tropezones.
Es la imagen de un país reaccionando de forma individual y caótica a un desafío que exige una estrategia nacional.
Una inversión de 25.000 millones de dólares en fierros y cables como Stargate no tiene sentido si no va acompañada de una inversión igual de ambiciosa en cerebros. Sin un “Plan Stargate para la Educación”, Argentina se arriesga a crear una pequeña casta de genios tecnológicos y una enorme masa de desplazados, profundizando la grieta social.
El mercado no va a solucionar esto. El mercado solo premiará a los que ya están listos. Por eso, un plan masivo, público y privado, para alfabetizar en IA, para reconvertir trabajadores y para sacudir los cimientos del sistema educativo no es una opción.
Es una condición de supervivencia. Hay iniciativas en marcha, sí, pero la escala del desafío que plantea Stargate es otra. El verdadero retorno de esta inversión no se medirá en megavatios o petaflops, sino en la capacidad del país para transformar a su gente.
El destino no está escrito
La llegada de OpenAI a la Patagonia es uno de esos momentos que parten la historia en dos. Es un punto de inflexión que le ofrece a Argentina un camino, empinado pero claro, hacia un futuro de soberanía tecnológica y prosperidad. Stargate es una obra de ingeniería brillante, una solución patagónica a un problema global, envuelta en un paquete legal que la hace posible. Es una apuesta que, si sale bien, puede cambiar el lugar de Argentina en el mapa del siglo XXI.
Pero el éxito no está garantizado. Depende de un equilibrio delicado, de mantener en pie tres pilares al mismo tiempo:
- El pilar de la energía: La ejecución impecable del modelo energético en la Patagonia es la base de todo. Demostrar que se puede alimentar la mente más avanzada del mundo con el viento del sur, sin caer en las trampas que acorralaron a Texas, no solo asegura el proyecto, sino que crea un nuevo estándar mundial para la infraestructura de la IA.
- El pilar de la integración: El poder de Stargate no puede quedar encerrado en una caja fuerte. Tiene que irrigar toda la economía. El gobierno y OpenAI tienen la responsabilidad de construir puentes para que las pymes, las universidades y los emprendedores puedan usar esa fuerza para crear, para innovar, para competir. Debe ser un motor para todos, no un juguete para pocos.
- El pilar humano: La inversión en máquinas debe ser espejada por una cruzada nacional por el conocimiento. La misión de preparar a la gente para lo que viene tiene que tener la misma escala, la misma ambición y la misma urgencia que la construcción del propio centro de datos. Porque, al final del día, el factor que decidirá si los beneficios de la IA se reparten o se concentran no es un algoritmo, es una decisión política y social.
La apuesta de OpenAI no es solo por el viento o por una ley. Es una apuesta por la capacidad de Argentina de reinventarse a sí misma. Stargate pone sobre la mesa las herramientas para hacerlo. Si el país las usa para forjar un nuevo destino digital o si la historia termina siendo una crónica del potencial desperdiciado, es la pregunta que definirá la próxima década argentina. El futuro, esta vez, parece soplar desde el sur.
Por Marcelo Lozano – General Publisher IT CONNECT LATAM
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