Históricamente, ante cada avance tecnológico que reemplaza actividades realizadas por humanos, le sigue una ola de incertidumbre y desconfianza, la Inteligencia Artificial no es la excepción.
Es común pensar que de un día para otro, las máquinas harán todo nuestro trabajo y nos volveremos obsoletos para el mercado laboral.
Tal puede ser el caso de la irrupción en nuestras vidas de la Inteligencia Artificial, definida como: la capacidad de una computadora de realizar tareas propias de la inteligencia humana.
Sin embargo, tal como sucedió con otros progresos tecnológicos, el factor humano en las tareas de las máquinas sigue siendo clave. Por ejemplo, las tareas de un desarrollador van a continuar siendo necesarias dado que son ellos los que generan un código de programación, que no es ni más ni menos que darle instrucciones a la máquina para que ejecute una acción. Es decir, que sigue siendo imperiosa la intervención de las personas aunque se brinda un valor agregado: la velocidad porque permite reducir los tiempos de búsqueda y compilación de material.
En un futuro, con el avance de NLP (procesamiento de lenguaje natural, por sus siglas en inglés) es posible que se reemplacen los lenguajes de programación y que tengamos la capacidad de dar instrucciones a la máquina de forma directa. Como sea, alguien deberá escribirlas y ejecutarlas, con lo cual estamos a décadas que un avance de tal magnitud pueda ocurrir.
Por todo lo anterior, podemos afirmar que la inteligencia artificial tiene amplias posibilidades de optimizar los procesos de producción y de negocios. Tiene aplicaciones para mejorar la productividad, la seguridad e incrementar la velocidad de los flujos de trabajo.
El uso de la IA en el entorno laboral se da principalmente en los siguientes campos:
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Gestión de los recursos humanos: Aplicable en los procesos de contratación, para evaluar las entrevistas con menos sesgos o prejuicios. Permite evaluar información sobre el rendimiento, salarios y costos de la fuerza de trabajo en relación con la estrategia de negocio.
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Cobotización: cobots y chatbots: Los cobots o robots colaborativos son robots con inteligencia artificial integrada que son seguros para trabajar. Están equipados con sensores que les permiten parar o entrar en modo seguro a la hora de ser interrumpidos.
Por otro lado, existen los chatbots, que son sistemas capaces de resolver consultas básicas a través de texto, generalmente aplicables a servicios de atención a clientes.
| Información de valor para ejecutivos que toman decisiones de negocios |
Permite conversaciones artificiales con las personas para asistirlos a partir de un modelo de entrenamiento (generalmente lo encontramos en las páginas web de los gobiernos).
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Tecnologías wearables Son dispositivos que las personas pueden llevar sobre su cuerpo, con funcionalidades tecnológicas y de conectividad, así como sensores. Su aplicación en entornos de trabajo es en fábricas a través de GPS y sensores de radiofrecuencia, así como con lentes con pantallas y funciones de realidad virtual aumentada que ayudan a impartir capacitaciones y asistir a los trabajadores en tareas más dinámicas.
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Economía colaborativa: Se trabaja a través del Internet, usualmente en una plataforma digital, donde existe una descentralización de las tareas.
La Evolución Acelerada de la Inteligencia Artificial: De la Teoría a la Realidad Cotidiana de 2025
Si bien la Inteligencia Artificial (IA) es un concepto acuñado en la década de 1950, su trayectoria ha sido una serie de “veranos” de gran expectación e “inviernos” de desilusión. Sin embargo, desde 2012, hemos entrado en una primavera constante. El catalizador de este renacimiento fue el Machine Learning, un subcampo que hoy es casi sinónimo de inteligencia artificial en la mente del público.
El Machine Learning se basa en técnicas que permiten que un algoritmo, diseñado para una tarea específica, modifique y mejore su comportamiento de forma autónoma a medida que se expone a más datos. Este proceso de “entrenamiento”, supervisado inicialmente por humanos, es lo que permite a los sistemas de IA reconocer patrones complejos, hacer predicciones y tomar decisiones con una precisión cada vez mayor. El avance exponencial en la capacidad de cómputo (especialmente con las GPUs) y la disponibilidad de enormes volúmenes de datos (Big Data) fueron el combustible que encendió este motor.
La Revolución del Lenguaje y la Creatividad
El siguiente gran salto evolutivo es el que estamos viviendo ahora con la IA Generativa. Herramientas como ChatGPT, basadas en modelos de lenguaje grandes (LLM) y la arquitectura Transformer, han cambiado las reglas del juego. Estos sistemas no solo comprenden el lenguaje natural (un logro del campo de NLP o Procesamiento del Lenguaje Natural), sino que también pueden generarlo de manera coherente, creativa y contextual. Esto ha democratizado el acceso a la IA, permitiendo a cualquier persona obtener respuestas complejas, redactar textos, escribir código o incluso crear poesía en cuestión de segundos.
La reciente popularidad de esta rama no se debe solo a la curiosidad, sino a la aparición de productos realmente disruptivos que aportan un valor tangible e inmediato. La diferencia fundamental entre un producto puramente humano y otro que integra IA es la velocidad y la escala. Un producto o servicio potenciado por IA puede lanzarse más rápido, adaptarse a las necesidades del usuario en tiempo real y operar a una escala que sería imposible para un equipo humano, otorgándole una ventaja competitiva decisiva.
La IA como Motor de la Transformación Industrial
Esta capacidad de aprendizaje y adaptación agiliza drásticamente los plazos de producción y optimiza procesos en todas las industrias. Las máquinas pueden aprender de la experiencia operativa, adaptarse a nuevas variables y ejecutar tareas con una eficiencia sobrehumana, gracias a una capacidad de procesamiento prácticamente ilimitada.
Esta situación ha abierto la puerta a proyectos innovadores en áreas antes impensadas:
- En el sistema de salud: Más allá de la detección temprana de enfermedades, la IA está acelerando el descubrimiento de nuevos fármacos, personalizando tratamientos basados en el perfil genético del paciente y asistiendo a los cirujanos en procedimientos de alta complejidad para mejorar la precisión y reducir los riesgos.
- En la industria financiera: Los algoritmos de IA detectan transacciones fraudulentas en milisegundos, gestionan carteras de inversión de forma autónoma y ofrecen asesoramiento financiero personalizado a millones de usuarios simultáneamente.
- En la cadena de suministro: Se utilizan modelos predictivos para optimizar rutas logísticas, prever la demanda de productos y gestionar inventarios de manera eficiente, reduciendo costos y el impacto ambiental.
La gran conversación que tenemos por delante
Si lo pensamos bien, todo este avance tecnológico nos devuelve a lo más básico: las personas. Tomemos la educación, por ejemplo. ¿Quién no ha sentido esa frustración de estudiar algo de memoria solo para olvidarlo al poco tiempo? Imagina que cada estudiante pudiera tener un compañero de aprendizaje que se adapte a su curiosidad, que le enseñe a través de la práctica y el descubrimiento, no de la repetición. La IA nos da la oportunidad de encender esa chispa en el aprendizaje, de hacer que aprender sea una aventura personal y no una carrera de obstáculos.
Pero, como en todo lo importante, aquí es donde la conversación se pone seria. Estamos en una encrucijada. La IA no es solo una herramienta, es un espejo de nosotros mismos, y si no tenemos cuidado, puede reflejar nuestros prejuicios. Por eso, las preguntas que nos hacemos ahora son cruciales: ¿Cómo nos aseguramos de que esta tecnología sea justa para todos? ¿Cómo protegemos lo que es nuestro, nuestra privacidad? ¿Y qué significa todo esto para nuestro trabajo y nuestro futuro?
Al final del día, el objetivo no es crear máquinas más listas que nosotros. El verdadero sueño es construir un futuro donde la tecnología nos haga más humanos. Se trata de una colaboración: dejar que la IA se encarge del trabajo pesado, de analizar montañas de datos y encontrar patrones que se nos escapan, para que nosotros tengamos más tiempo y energía para lo que realmente importa. Para crear, para conectar, para resolver problemas con empatía y para liderar con el corazón.
La IA no es el destino; es el vehículo. Y nosotros, las personas, seguimos al volante.
Más allá del desarrollo
Claro que sí. Tomando el núcleo de nuestra conversación —esa mezcla de asombro, potencial, cautela y perspectiva histórica— aquí tienes una expansión de esas ideas en un texto más profundo, manteniendo siempre un tono humano y reflexivo.
Nuestro Reflejo en el Espejo Inteligente
Hay momentos en la historia en que el suelo bajo nuestros pies parece moverse. No es un terremoto violento, sino un reacomodo lento y profundo de las placas tectónicas de la sociedad. Lo sentimos en el aire, en las conversaciones, en la forma en que cambian las herramientas con las que trabajamos y las pantallas con las que nos comunicamos. Estamos viviendo uno de esos momentos. La llegada de la Inteligencia Artificial a nuestra vida cotidiana no es solo la noticia del día; es el sonido de una puerta que se abre a una habitación que aún no hemos explorado.
Sin embargo, es fácil perderse en el eco de las voces que anuncian futuros de ciencia ficción, ya sean utópicos o apocalípticos. La realidad, como sabiamente sugiere la perspectiva histórica, es siempre más compleja y mucho más humana. Lo que estamos presenciando no es la repentina aparición de una conciencia alienígena en una caja de silicio. Es, más bien, el florecimiento de una semilla que plantamos hace más de medio siglo, un sueño largamente acariciado de crear una herramienta que pudiera amplificar nuestra propia inteligencia.
Durante décadas, esa semilla creció en la penumbra de los laboratorios, un concepto fascinante pero lejano. ¿Qué cambió para que de repente irrumpiera en nuestras vidas? La respuesta no es una sola cosa, sino una confluencia casi poética de factores. Imagina que durante años has tenido la receta de un plato increíblemente complejo.
Tenías las instrucciones (los algoritmos), pero te faltaban dos ingredientes clave: una cocina con la potencia suficiente y una despensa casi infinita. De repente, a principios del siglo XXI, la revolución del cómputo nos dio hornos increíblemente potentes (las GPUs) y la digitalización masiva de nuestra cultura nos llenó la despensa con una cantidad inimaginable de ingredientes (los datos de internet). Con todo en su lugar, finalmente pudimos empezar a cocinar.
El resultado es esta explosión de creatividad artificial que ahora nos asombra, una IA que pasó de ser una simple calculadora a convertirse en una compañera de conversación, una asistente de escritura y hasta una artista incipiente. Dejó el laboratorio y se sentó a la mesa con nosotros.
Aquí es donde comienza la verdadera historia humana. El primer impulso es maravillarse ante la promesa. Y es una promesa inmensa. Pensemos por un momento en el lugar donde se moldea el futuro: la educación. Durante más de un siglo, nuestro modelo educativo ha cambiado muy poco, anclado en un sistema industrial de memorización y estandarización que trata a todas las mentes como si fueran idénticas. ¿Cuántos talentos se han perdido en el camino por culpa de un sistema que no supo ver su chispa única? Ahora, imaginemos un mundo donde cada niño tiene un tutor personal e incansable.
Un compañero de IA que descubre que un estudiante aprende mejor las matemáticas a través de la música, o la historia a través de la construcción de mundos virtuales. Una herramienta que no busca reemplazar al maestro, sino liberarlo. Liberarlo de la carga de las correcciones interminables y las tareas administrativas para que pueda hacer lo que ninguna máquina podrá hacer jamás: inspirar, guiar, ofrecer un hombro en un mal día y celebrar un logro con una mirada de orgullo. En este futuro, el rol del educador se vuelve más humano, no menos.
Este potencial se extiende como una onda expansiva. En la medicina, va más allá de un diagnóstico rápido. Significa que un médico en una aldea remota puede tener acceso al conocimiento combinado de miles de especialistas para tratar una enfermedad rara. Significa acortar el doloroso camino de años para descubrir un nuevo fármaco, dándole esperanza a quien ya la había perdido. En el campo creativo, no es una amenaza para el artista, sino un nuevo instrumento en la orquesta.
Es como cuando se inventó el sintetizador y abrió universos sonoros que antes eran impensables, o cuando la cámara digital permitió a millones de personas contar sus propias historias visuales. La IA puede ser ese colaborador que nos ayuda a superar el bloqueo del escritor, a visualizar un edificio que solo existe en nuestra mente o a componer una melodía que sentimos pero no sabemos cómo tocar.
Pero toda gran luz proyecta una sombra, y es en esa penumbra donde debemos caminar con más cuidado. Aquí es donde la conversación se vuelve seria y la tecnología nos obliga a mirarnos a un espejo. Porque la IA, en su estado actual, no piensa ni siente; aprende de nosotros. Aprende de la inmensa biblioteca de textos, imágenes y datos que hemos generado como especie, con toda nuestra sabiduría y también con toda nuestra toxicidad.
Si le mostramos una historia de prejuicios, aprenderá a ser prejuiciosa. Si un algoritmo de contratación se entrena con datos de décadas donde los puestos directivos eran mayoritariamente masculinos, concluirá, con una lógica impecable pero errónea, que los hombres son mejores candidatos. La IA, por tanto, no es el origen del sesgo, sino una lupa que lo amplifica. Corregirla nos obliga a corregirnos a nosotros mismos.
Luego está la gran pregunta que resuena en cada hogar: ¿qué pasará con nuestro trabajo? La historia nos enseña que las grandes revoluciones tecnológicas no eliminan el trabajo, lo transforman. La agricultura mecanizada no nos dejó a todos sin hacer nada; abrió paso a la revolución industrial. La automatización de las fábricas no terminó con el empleo; impulsó la economía de servicios. Esta vez no será diferente, pero la transición puede ser dolorosa si no la gestionamos con empatía. Algunos roles desaparecerán, pero surgirán otros nuevos que hoy ni siquiera podemos imaginar.
El desafío no es tecnológico, sino social. Requiere que invirtamos en la reeducación, que construyamos redes de seguridad más fuertes y, quizás lo más importante, que empecemos a redefinir el valor del trabajo. Quizás el futuro valore más las habilidades intrínsecamente humanas: el cuidado, la creatividad, el pensamiento crítico, la estrategia y la conexión interpersonal.
En el fondo de todas estas preguntas, late una preocupación por nuestra autonomía y nuestra privacidad. En un mundo donde le confiamos a la IA nuestros correos, nuestras fotos y hasta nuestras conversaciones más íntimas, ¿dónde trazamos la línea? La confianza será la moneda más valiosa del siglo XXI.
Así que aquí estamos, en el comienzo de un cambio monumental, pero no uno que deba asustarnos. Como bien se ha dicho, esto no es una anomalía, es parte del ritmo de la evolución humana. Somos la especie que fabrica herramientas, y esta es la herramienta más poderosa que hemos fabricado hasta ahora. La clave, entonces, no reside en la inteligencia de la máquina, sino en la sabiduría con la que nosotros decidimos usarla.
El futuro más ilusionante no es uno en el que la IA lo resuelve todo por nosotros. Es un futuro de colaboración, una simbiosis. Pensemos en la IA como el mejor copiloto que podríamos desear. Puede procesar todos los mapas, calcular la ruta más eficiente, ver en la oscuridad y alertarnos de peligros que no habíamos notado. Pero nosotros, los humanos, seguimos al volante.
Nosotros elegimos el destino. Nosotros decidimos si el viaje vale la pena. La verdadera revolución no está en crear máquinas que piensen, sino en usar esas máquinas para darnos más tiempo y espacio para pensar, sentir, crear y conectar de formas más profundas. Este avance tecnológico es, en última instancia, una invitación a ser más y mejores humanos. Y la respuesta a esa invitación solo la podemos escribir nosotros.
Por Nahuel Alberti, Head de Engineering de Paisanos
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