En la era digital, los datos son un activo estratégico vital para el éxito empresarial. Protegerlos con un blindaje anti-Ransomware es crucial en un mundo hiperconectado donde su valor es superlativo.
En la presente era digital, caracterizada por la omnipresencia tecnológica y la hiperconectividad global, el valor de los datos ha adquirido una dimensión superlativa.
Trascendiendo su rol como simple materia prima de la información para erigirse en un activo estratégico de inestimable valía para cualquier organización que aspire a la supervivencia y al éxito en el competitivo panorama actual.
Si bien en el pasado se establecía una analogía entre el valor de los datos y el del petróleo, recurso energético fundamental para la economía industrial, la evolución tecnológica y la creciente dependencia de la información han propiciado que esta comparación se torne obsoleta.
Expertos en tecnologías de la información y analistas de mercado sostienen que la importancia estratégica de los datos ha alcanzado un nuevo estadio, equiparándose a la del agua en términos de valor intrínseco.
Esta afirmación se sustenta en la naturaleza esencial de los datos para la operatividad y el desarrollo de cualquier organización en la actualidad.
Al igual que el agua, elemento vital para la subsistencia de cualquier forma de vida, los datos constituyen el sustento fundamental sobre el cual se articulan los procesos de toma de decisiones, la planificación estratégica, la optimización de recursos y la innovación empresarial.
En ausencia de datos precisos, oportunos y relevantes, las organizaciones se encontrarían a la deriva en un entorno volátil e impredecible, incapaces de comprender las necesidades y expectativas de sus clientes.
Así también identificar nuevas oportunidades de negocio, optimizar sus operaciones internas o mitigar los riesgos inherentes a su actividad.
La falta de acceso a datos relevantes y la incapacidad para procesarlos, analizarlos e interpretarlos de manera eficaz se traduciría en una pérdida significativa de competitividad, limitando el crecimiento, la rentabilidad y la capacidad de adaptación de cualquier organización.
La ubicuidad de los datos en la economía digital actual es un hecho innegable.
Desde el sector financiero hasta el manufacturero, pasando por la salud, el retail o el entretenimiento, todas las industrias dependen en gran medida de la información para llevar a cabo sus operaciones, optimizar sus procesos y tomar decisiones estratégicas.
Como afirma David Ceron, Chief Technology Officer (CTO) de Hitachi Vantara Latinoamérica, “cualquier industria que podamos imaginar basa sus operaciones en la cantidad, calidad y disponibilidad de sus datos”.
Esta realidad, si bien trae consigo innumerables ventajas competitivas, también expone a las organizaciones a nuevos desafíos y amenazas.
La creciente sofisticación de las estrategias empresariales basadas en datos corre en paralelo con la sofisticación y proliferación de ciberataques dirigidos a vulnerar la seguridad de la información.
A medida que los datos adquieren mayor relevancia estratégica, también se convierten en un objetivo más atractivo para cibercriminales que buscan lucrar con su robo, manipulación o destrucción.
Este panorama, en palabras de Cerón, implica que las organizaciones se enfrentan a “cada vez más flancos de ataques que buscan vulnerabilidades en la ciberseguridad”.
La afirmación del experto pone de manifiesto la necesidad imperante de que las empresas, independientemente de su tamaño o sector, adopten una postura proactiva y robusta en materia de ciberseguridad.
Proteger la integridad, confidencialidad y disponibilidad de los datos no es solo una cuestión técnica, sino una prioridad estratégica que impacta directamente en la viabilidad y reputación de cualquier organización en la era digital.
Las cifras hablan por sí solas: el ransomware, una de las modalidades de ciberataque más dañinas y lucrativas, alcanzó un nuevo récord en 2023 con pérdidas globales estimadas en 1.100 millones de dólares.
Este dato alarmante no solo refleja la sofisticación creciente de los cibercriminales, sino también un cambio de paradigma en sus objetivos.
Lejos de limitarse a empresas con fines de lucro, los atacantes han ampliado su rango de acción, apuntando ahora a instituciones y sectores críticos para la sociedad.
Hospitales, escuelas, agencias gubernamentales e infraestructuras esenciales se han convertido en blanco de estos ataques, lo que pone de manifiesto la magnitud de la amenaza y la necesidad imperiosa de reforzar las medidas de seguridad.
Ante este escenario, es indispensable que la seguridad deje de ser un elemento secundario en la gestión de cualquier organización y se convierta en un pilar fundamental desde su concepción.
La detección temprana de amenazas, la realización de pruebas de vulnerabilidad periódicas y la implementación de planes de respuesta a incidentes robustos son solo algunos de los componentes esenciales de una estrategia integral de ciberseguridad.
Ignorar esta realidad o subestimar la capacidad de los ciberdelincuentes puede tener consecuencias devastadoras, no solo desde el punto de vista económico, sino también en términos de reputación, continuidad operativa y, en última instancia, de seguridad nacional.
Nos encontramos en un punto de inflexión en lo que respecta al desarrollo tecnológico y su impacto en las organizaciones.
La irrupción de nuevas tecnologías, como la nube, el Internet de las cosas (IoT) y el edge computing, ha creado un panorama tecnológico complejo y en constante evolución.
Esta transformación digital, si bien trae consigo nuevas oportunidades, también presenta desafíos sin precedentes en el ámbito de la seguridad de la información.
La proliferación de dispositivos conectados, la creciente adopción de arquitecturas descentralizadas y la expansión del perímetro de la red, implican que los datos ahora se generan, almacenan y acceden desde una multiplicidad de puntos.
Esta realidad, que desafía los enfoques tradicionales de seguridad basados en perímetros estáticos, exige una gestión más dinámica y flexible de la información.
Asimismo, la generación masiva de datos, característica inherente a la era digital, implica la necesidad de gestionar, almacenar y proteger un volumen de información sin precedentes.
Este crecimiento exponencial de los activos digitales no solo supone un desafío logístico y económico para los equipos de TI, sino que también amplía la superficie de ataque potencial para los ciberdelincuentes.
En este contexto, la seguridad de la información se convierte en un reto mayúsculo para las organizaciones.
Los equipos de TI se enfrentan a la difícil tarea de garantizar la confidencialidad, integridad y disponibilidad de los datos en un entorno cada vez más complejo y dinámico, con recursos limitados y una superficie de ataque en constante expansión.
Cuidado con dark data
La explosión de datos que estamos experimentando no se traduce automáticamente en información valiosa para las organizaciones.
La realidad es que, en paralelo al crecimiento exponencial de los datos útiles, también se está produciendo un aumento masivo de la denominada “dark data”.
Como bien señala el ejecutivo de Hitachi Vantara, las proyecciones indican que para 2027, de los 65 petabytes de datos que se estima que manejarán las grandes corporaciones, un 26% corresponderá a dark data.
Esta categoría, que engloba a aquellos datos que, si bien fueron relevantes en su momento, han perdido su valor crítico para la operativa diaria de la organización, representa un desafío a menudo ignorado en las estrategias de gestión de la información.
Mantener, almacenar y proteger datos obsoletos o irrelevantes genera un impacto considerable en las organizaciones.
No solo implica destinar recursos económicos y de infraestructura a información que ya no aporta valor estratégico, sino que también aumenta la superficie de riesgo en materia de seguridad.
La dark data puede convertirse en un blanco fácil para los ciberdelincuentes, quienes podrían aprovechar la falta de control y protección sobre estos datos para acceder a información sensible o utilizarlos como punto de entrada para ataques más sofisticados.
En este sentido, es fundamental que las organizaciones sean conscientes de la importancia de gestionar de manera eficiente la dark data.
Implementar políticas de retención y eliminación de datos, así como herramientas de análisis que permitan identificar y clasificar la información en función de su criticidad.
Son medidas esenciales para optimizar el uso de los recursos, minimizar riesgos y garantizar la seguridad de la información realmente valiosa.
Es crucial comprender que, en la era de la abundancia de datos, no toda la información posee el mismo valor intrínseco ni requiere idéntico tratamiento.
Asumir que cada byte generado merece ser almacenado, procesado y protegido con el mismo rigor, no solo resulta insostenible desde el punto de vista económico y operativo, sino que también puede socavar la eficiencia y la eficacia de la gestión de la información.
En este sentido, resulta imperativo que las organizaciones adopten una perspectiva estratégica y selectiva en lo que respecta al manejo de sus datos.
Esto implica, en primer lugar, la capacidad de discernir entre la información crítica para la operativa diaria y el logro de los objetivos empresariales.
Y aquella que, habiendo perdido su relevancia, podría ser susceptible de ser descartada de forma segura, aliviando así la carga sobre los sistemas y recursos de la organización.
No obstante, la gestión eficiente de los datos no se limita únicamente a la eliminación de la información obsoleta.
Existe un amplio espectro de datos que, si bien no son esenciales para la operación diaria, pueden aportar valor a través de su integración estratégica con los datos productivos o con aquellos que alimentan la toma de decisiones.
Para aprovechar al máximo el potencial de la información, resulta indispensable que las organizaciones implementen un enfoque integral que contemple el ciclo de vida completo de los datos.
Esto implica:
Comprender el recorrido de los datos: Desde su generación hasta su eventual archivo o eliminación, identificando las etapas por las que transita y cómo evoluciona su valor.
Clasificar y segmentar: Definir categorías de datos en función de su criticidad, sensibilidad y relevancia para las operaciones y objetivos de la organización.
Asignar valor y ubicación: Determinar qué datos deben ser almacenados a largo plazo, cuáles pueden ser archivados y cuáles pueden ser eliminados de forma segura.
Implementar medidas de seguridad acordes: Proteger los datos en función de su clasificación, garantizando que la información sensible cuente con las medidas de seguridad más robustas.
Solo a través de un enfoque estratégico y holístico, que contemple la gestión del ciclo de vida completo de los datos, las organizaciones podrán aprovechar al máximo el valor de la información, minimizando al mismo tiempo los riesgos y optimizando el uso de sus recursos.
Cultura, procesos y tecnologías
“Frente a tales desafíos, la pregunta que resta sería ¿es posible recuperar la información en un clic?
Una verdad lamentable sobre los ataques cibernéticos es que generalmente se espera que provengan del exterior, pero algunos de los ataques más dañinos provienen desde adentro de la organización.
La respuesta está en desarrollar un enfoque estratégico que convierta a los datos en la última línea de defensa. Para eso tenemos que hablar de personas, procesos y tecnología”, destaca David Ceron.
La cita de David Cerón nos coloca frente a una realidad incómoda pero ineludible: la seguridad de la información no se limita a la construcción de murallas digitales para repeler ataques externos.
La vulnerabilidad puede, y de hecho a menudo lo hace, originarse dentro de la propia organización.
Ante la pregunta de si es posible garantizar la recuperación de información con un solo clic tras un ciberataque, Cerón propone un cambio de perspectiva.
En lugar de enfocarse únicamente en la protección reactiva, el experto aboga por un enfoque holístico que posicione a los datos como la última línea de defensa.
Esta estrategia, lejos de limitarse a la implementación de soluciones tecnológicas, se sustenta en tres pilares fundamentales:
1. Personas: La concienciación y la educación continua de los empleados sobre las mejores prácticas de seguridad informática son esenciales.
Un equipo humano consciente de los riesgos y responsabilidades inherentes a su interacción con la información es la primera línea de defensa contra cualquier amenaza, tanto interna como externa.
2. Procesos: Definir, implementar y actualizar de forma regular protocolos claros y robustos para la gestión de accesos, el manejo de información sensible, la detección y notificación de incidentes, y la recuperación de datos, es fundamental para minimizar riesgos y garantizar la continuidad operativa ante cualquier eventualidad.
3. Tecnología: Si bien las soluciones tecnológicas no son la panacea, sí constituyen un componente esencial de cualquier estrategia integral de seguridad de la información.
La implementación de herramientas de cifrado, control de accesos, detección de intrusos, respaldo y recuperación de datos, entre otras, permite reforzar la seguridad y la resiliencia de los sistemas.
La clave para convertir a los datos en la última línea de defensa radica en una estrategia integral que trascienda la mera implementación de soluciones tecnológicas.
La combinación sinérgica de una cultura organizacional consciente de los riesgos, procesos robustos y tecnología de vanguardia es la clave para mitigar las amenazas y garantizar la seguridad de la información en un entorno cada vez más complejo.
Como bien apunta David Cerón, la tecnología por sí sola no es suficiente para garantizar la seguridad de la información.
Es crucial fomentar una cultura organizacional que priorice la protección de los datos y en la que todos los miembros de la empresa, desde la alta dirección hasta los empleados de primera línea, sean conscientes de su rol en la salvaguarda de la información.
Esta cultura de seguridad debe estar apuntalada por la implementación de soluciones avanzadas de gestión de datos que, además de proteger la información contra accesos no autorizados y ciberataques, también permitan una recuperación rápida y eficiente en caso de pérdida o corrupción de datos.
Aquí es donde entran en juego tecnologías de última generación que incluyen, entre otras:
Sistemas de respaldo y recuperación de datos robustos: Permiten crear copias de seguridad de la información crítica y restaurarla de forma rápida y fiable en caso de incidentes.
Herramientas de detección y respuesta a incidentes (EDR): Proporcionan visibilidad en tiempo real de la actividad de la red y los sistemas, lo que permite identificar y neutralizar amenazas de forma proactiva.
Soluciones de cifrado de datos: Protegen la información sensible tanto en reposo como en tránsito, haciendo que resulte ininteligible para usuarios no autorizados.
Plataformas de gestión de acceso e identidad (IAM): Controlan y gestionan el acceso a los datos y aplicaciones, asegurando que solo los usuarios autorizados puedan acceder a la información sensible.
La combinación de una sólida cultura de seguridad con la implementación de estas tecnologías de vanguardia permite a las organizaciones minimizar el tiempo de inactividad en caso de ciberataques o fallos de seguridad, garantizando así la continuidad del negocio.
En definitiva, la clave reside en construir una infraestructura robusta, establecer procesos claros y bien definidos, y dotar a los equipos de las herramientas necesarias para responder de forma ágil y efectiva ante cualquier incidente que pueda afectar la seguridad de la información.
Solo así las organizaciones podrán navegar con éxito en el complejo y desafiante panorama actual de la ciberseguridad.
Para enfrentar con éxito los desafíos de seguridad que plantea el actual escenario tecnológico, es indispensable que las organizaciones adopten un enfoque estratégico que trascienda la mera adquisición de soluciones tecnológicas aisladas.
Como bien destaca David Cerón, la implementación de plataformas modernas de infraestructura y gestión de datos se erige como un pilar fundamental.
Estas plataformas, basadas en arquitecturas flexibles y escalables, deben ser capaces de:
Realizar análisis agnósticos de datos: Permitiendo identificar patrones, anomalías y riesgos potenciales en la información, independientemente de su formato, fuente o ubicación.
Facilitar el perfilamiento de riesgos: A través del análisis de datos históricos y en tiempo real, estas plataformas pueden identificar vulnerabilidades, evaluar la superficie de ataque y predecir posibles amenazas.
Ofrecer recomendaciones de seguridad personalizadas: Basándose en el análisis del contexto específico de cada organización, estas plataformas pueden proporcionar recomendaciones a medida para fortalecer la seguridad de la información.
En este sentido, la creación de “bóvedas digitales” surge como una estrategia altamente recomendable para resguardar la información más crítica de la organización.
Estas bóvedas, diseñadas bajo estrictos estándares de seguridad y utilizando tecnologías de cifrado avanzadas, ofrecen una capa adicional de protección contra ataques de ransomware y otras amenazas persistentes.
Sin embargo, la tecnología solo puede ser efectiva si se integra en un marco estratégico que contemple la importancia crucial de los procesos y la cultura organizacional.
Como bien concluye Cerón, es la combinación de estos tres elementos -procesos robustos, tecnología de vanguardia y una cultura que priorice la seguridad- lo que permitirá a las organizaciones situar a los datos como la última línea de defensa en un entorno digital cada vez más complejo y desafiante.
Por Marcelo Lozano – General Publisher IT CONNECT LATAM
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